El gigante durmiente.

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 ¡Como medio millar de estrellas!
 Estrellas arremolinadas
en una franja estrecha de cordones alineadas,
de espejos y espectros
brillantes,
sin iguales,
resplandecientes y esplendorosos
como bastas cordilleras azuladas.

 ¡Como bastas cordilleras azuladas!
 Azuladas cuyas implacables olas
se asemejan a murmullos incansables,
impecables en las danzas que resitan
ancestrales,
cantos, flores, juegos, risas,
fuego y humo
de hermosos corseles cabalgando por praderas.

 ¡Hermosos corceles cabalgando por praderas!
 Por praderas elevando su agitada respiración como vaporeras,
girando y girando,
temblorosas emociones de fieras confesiones,
que me elevan en espirales terribles
respirando y respirando
mi agitada cabalgata hacia desconocidos confines.

 Mil sabores expresados en tonalidades purpúreas,
doradas, azules y plateadas,
amarillas,
¡verdes!
¡rojas!
Explosiones de otros mil colores y mil texturas
que danzan en mi lengua y se sumergen en mi alma,
me despiertan los sentidos y acrecientan mi apetito.

 ¡Oh! poderosos rayos que alumbran mi noche,
tempestades internas que me ahogan, 
reviven
y me hacen naufragar hacia los confines 
de mi desconocida persona.
Potentes truenos 
que crujen mi espíritu y provocan chasquidos 
ensordecedores, ¡estruendos 
de magnitud inalcanzable! 
que revuelcan mi cabeza y sacuden mis pensamientos y luego...

y luego estás tú...

delicioso silencio que esperas medio vivo,

y medio muerto

entre las paredes de mi ser.

Pequeño latido de susurros de ensueño... 

y dulces fantasías de viajes internos.


 Me pierdo...
 Regreso, 
te veo y me quedo:
Sí, me quedo...
me voy pero regreso.
 Porque ni el medio millar de remolinos de estrellas,
ni mis hermosos corceles cabalgando en la pradera,
ni las mil texturas, ni potentes rayos y truenos que revientan
mi cabeza,
ninguno
como el silencio que produce tu sentimiento reprimido...

 Ven,
dejemos  arremolinarse a las estrellas
hasta que se apaguen;
dejemos a las olas acariciarse en susurros
hasta que se aplaquen sus cordilleras.
 Ven,
dejemos correr libres a los corceles por nuestras praderas
excitados, temblorosos elevándose en sus humos;
dejemos que sigan explotando nuestros sentidos,
en los mil sabores y texturas que despiertan nuestras lenguas.
 Ven,
dejemos que los truenos sigan gritando;
ven, gózalo silencio mío,
que me pierdo y me regreso
y me quedo en lo desconocido,
ven, 
sentimiento reprimido,
que te veo y regreso
te pierdo en el olvido
y te miro desde lejos:
ven,
pero quédate conmigo.


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