...pero ahogame en ti de una vez

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   Torrentones de agua caían a modo de gruesas, pesadas e impenetrables cortinas grises cual si se tratase de llorar de una vez a todos lo muertos de la humanidad, provenientes de colosales nubes bajo el ya oscurecido cielo. El mar se sacudía y era ahora ya un relieve de altas y gigantescas montañas líquidas que emergían y chocaban entre sí como si el mismo Leviatán hubiera sido despertado, agitando desde el fondo la superficie provocando una guerra entre olas por saberse quién de todas ellas era la más alta mientras se destruían unas a otras para impedir que alguna llegara a tocar con la cresta de su embravecida espuma el mismo cielo.

...y cual tormenta implacable su esencia se estremeció.
Se encontraba ahora, seminavegando en un trozo de madera, semidesnuda y semiconsciente. Brazos y manos de piel hinchada y quebrada por los minerales marinos, dedos acalambrados y entumecidos, uñas rotas se aferraban a aquel pedazo del que una vez fue árbol al mismo tiempo que estruendosas olas combatientes la cegaban con su sal y amedrentaban contra sus ya casi nulas fuerzas: Despertó.


-Y me dejas nuevamente naufragándo- te dijo -pero ahogame en ti de una vez,
que quiero llenar mis pulmones de tus saladas contiendas de líquido vital,
revíveme, que me desvanezco;
agárrame, que me caigo entre tus profundas y sacudidas aguas,
con tus torrenciales olas de golpes y furia embísteme los labios, bésame;
que me cubran aquellos relámpagos danzantes de nubes negras mi desprovisto cuerpo, acaríciame con tus electrificantes luces;
que hidrate mi piel y mis ojos tus sales marinas ardorosas;
¡Inúndame el ser con el tuyo! -te imploró- dejame habitar por siempre en tu interior y vivirás tú muy dentro mío.

   El vital líquido entró por su nariz, y la pugna por mantener la cabeza sobre la superficie se dió en primera instancia. Recogia cuanto aire era capaz de aspirar y lo contenía al momento de sumergise para luego salir y repetir, sus ya debiles brazos se agitaban a modo de tratar de subir en una escalera inexistente en el mar.
   El ronco rugido de un trueno dió por anunciado el inicio de aquella inmolación, al tiempo que siete relámpagos danzaban sobre las turbales aguas, peleando por saber quién tomaría la mano de la joven para bailar con ella la pieza que el robusto viento entonaba con toda la fuerza.
En un último impulso aguanto la respiración al quedar bajo la superficie alborotada y un último reflejo le hizo abrir la boca, inhalando de tu fluido ser, balbuceo, tosió e inhalo más.  Entraste y llenaste cada rincón; diste primero por tuyos sus pulmones, una sensación de lloro y quemazón invadió su pecho a medida que descendías por su laringe hasta ellos, bloqueando las vías respiratorias. Hinchados ya todos los órganos, y con el peso debido, cobijaste con una sola corriente el ya denso cuerpo.
Entonces vino esa sensación de calmada y tranquila caída, representado por el comienzo de la perdida de consciencia por la falta de oxígeno, luego el alto a los latidos de su inundado corazón y la muerte cerebral.


   El que una vez fuese árbol comenzó recitar tres mil versos de poesía después de que besase las manos que hace unos días se aferrasen a él como símbolo de vida.
Se desvaneció la jóven deslizándose bajo tus varios mantos marinos y se fusionó contigo entre las profundidades:
Entonces existieron.