Invierno dosmilquince

22:41 Unknown 0 Comments

Llega Navidad. Esa época del año en que los abrazos forzados y las risas fingidas tratan de inundar cada rincón del hogar, durante menos de cinco horas. Las llamadas por Skype se alargan, las notificaciones de whatsapp se atiborran y las conversaciones después de la comida se apagan y ahuecan. Me pregunto si el estereotipo de familia funcional de temporada decembrina aún se puede adquirir en los anaqueles de la esquina, arrancando el anuncio de una revista de chismes o comprando la pantalla HD 4k en oferta. -musité.

Guardé y pensé en silencio, que estos días, este clima, estos cielos y las noches flemáticas me hacen recordar aquellas tardes en las que saliendo de la universidad, caminando por las banquetas sentía que en cualquier segundo simplemente desaparecería de esta tierra, como si la extensión de mi alma se cambiara y no pudiera ser leída más por las bases de datos del presente... de ese entonces... 
Parece que la soledad me araña las cobijas todos los días a las doce de la noche. Parecía que yacía en mi destino esta naturaleza taciturna pero no, yo la he escogido. El aislamiento por decisión propia, el desamparo, el encierro en uno mismo, la separación de las masas; ésta, la soledad que me pesa, es intelectual, espiritual, el desengaño de saberse incomprendido hasta el último pulso, de entender el egoísmo en el que cada entidad se desenvuelve y florece y marchita y muere aislado para siempre del entendimiento de otros seres rozando pequeños fulgores de empatía durante el transcurso de su vida: la soledad escogida, el encierro innato.

"Y esta soledad que viene del ser,

no del estar"

Cuando intento atrapar el sueño, la luna se cuela por la pequeña ventana sin cortinas y me quema las pupilas por encima de los párpados. No he de molestarme contigo, pequeño satélite, también vives absorto en tu perímetro diminuto sin adivinar qué hay más allá de tu cara iluminada. Creerás que tu brillo es propio sin imaginar que sólo eres una piedra a merced de las fuerzas superiores a tu masa, pero aquí estamos los dos: solos, derramados cada quién sobre su propio paisaje. Tú, el sueño de amantes, y  la causa de mi insomnio y molestia ésta semana.Tú y este hueco que me carcome hasta los huesos, una interioridad tan maldita que me abre grietas en los suspiros y me teje nudos en la garganta. 
¿Hasta cuándo habremos de conocer lo que es verdadero? 

Leía en la tarde un cuento - comencé a contarle- sentada en uno de los vagones del metro, y recordé lo inevitable que estamos destinados a estar inmersos en un juego de planos, realidades e inviernos que cada uno, cada mente recordará como quiso y no como hubo sucedido. Que somos egoístas por naturaleza instintiva, y que mejor comprendernos como animales que como humanos, porque estamos muy lejos de dominar ese concepto. Por eso yo he aceptado mis dolencias y padecimientos. Me vivo sabiéndome jamás comprendida, que moriré sin que nadie sepa realmente lo que mi existencia significaba para este tiempo y esta época (porque tampoco yo lo sé), que quedarán perdidos en un par de años los sueños e ingeniosas ideas que rondaron en mi cabeza algún día y llegaron a parir mis huesudas manos con tanta dedicación y cariño; que nunca nadie habrá de mirarme a los ojos para decirme que también siente esa concavidad en los huesos y que también sospecha que la vida, a veces, está inflada, para darme cuenta que los dos tenemos las pupilas huecas y hay más espacio dentro de nosotros mismos de lo que creíamos. 

-Qué difícil pasar los días así. - me dijo. Todos los días despierto recordando mi mortalidad y lo fugaz que será mi existencia, muchísimo menos de lo que tarda en extinguirse una estrella... También siento que la vida está inflada, a veces, y siento que hay un hueco incalculable en mí entre todas las vísceras. A veces siento que ese vacío es interminable, y que con cada lunación se vuelve más indefinido... y que moriré sin que nunca nadie lo comprendiera ni que yo lo terminara de haber comprendido.

Miré fijamente sus pupilas y pude ver un reflejo como el que se forma cuando le pega directo el sol a la lente de la cámara. Detrás de ello había nada, un negro incalculable que se extinguía hasta donde uno lo deseara. En un segundo parecía carecer de profundidad y en otro, extenderse hasta lo absurdo.
Seguí mirando retadoramente y creí ver un destello que pasó corriendo hasta lo que imaginé, era el fondo de ese vacío.

Me recliné hacia atrás para separarme del espejo.

 La vida me queda holgada y el tiempo no'más no me calza; mi alma está ya muy vieja para la apariencia que da este cuerpo. A veces pienso que las ojeras y las manos enjutas son la única conexión verdadera con mi conciencia. 


notonal

1:41 Unknown 0 Comments



Quiero que me hagas el amor

como si estuvieras componiendo.

Quiero ser instrumento:

haz música con todo mi cuerpo, con mis muslos, con mis nalgas, con mi vientre, con mi sexo;

lléname

de besos,

muérde mis pezones y lámeme el cuello,

haz una escala con mis gemidos:

díctame el compás,

yo seguiré tu ritmo.

Hagamos figuras en la cama,

luego en el suelo

luego en tu sala.

Que suene una milonga

si hasta tu entre pierna

baja mi boca,

si aprisiono tu verga

entre mis muslos,

si pasas mi pierna sobre tu hombro,

un tango

si me doy la vuelta

y me pones en cuatro,

un vals lento si entonces me recuesto

y me tomas por la cadera,

un jazz desenfrenado y agresivo si me giras y abres las piernas

empinada

a la orilla de tu cama.

Si me penetras,

entre nalgadas y caricias,

y el sonido

de los besos si me tomas por el pelo,

hay un gemido,

para cada movimiento,

la curva llega al clímax:

el eco de la melodía.

Un cambio, luego otro,

tu mano aquí, mis labios allá,

tu peso sobre mi cuerpo

mis dientes mordiéndote el cuello,

las uñas correteando tu espalda;

tu aliento, el mío,

la piel erizada

las lenguas tropezando

la saliva y el sudor escurriendo.

¿A qué suena la humedad?


Tus notas se hunden en mí

y me llenan por completo.

La sinfonía termina:

me llevo tus partituras en el pecho.

Pajarillo

22:11 Unknown 0 Comments

"Noches, en las que uno sólo desea dejar de ser,
tardes que se extienden como sombras de árboles hasta los pies.
A uno le dan ganas de irse de puntitas
por la vida,
suavecito
y en silencio,
poco a poco sin hacerse notar;
tirarse en los pastos más lejanos
y quedarse ahí hasta que le dejen de pensar,
hasta que ya no le nombren, hasta que ya no le busquen,
hasta que vuelva a sentir como dios lo trajo al mundo:
solo y desnudo,
sin pecados,
sin sueños, sin raspones y cicatrices, sin
recuerdos, novato inocente y seguro,
sin deseos de de volverse susurro
de convertirse en silencio,
de evaporarse en un segundo y volver a subir al cielo en forma de nube,
o de insecto,
o de brisa o de ave o cualquier jodida cosa
que deje de tocar el suelo...
porque pesa, pesa quedarse aquí abajo aguantándose la existencia de uno mismo
y de los demás,
y no viene, y no llega la hora que se esté en paz,
se encuentre la calma y el consuelo necesario para descansar.
Me llevo todo, para limpiar."







ACTO NÚMERO UNO:


-Shhhhh- dijo- quiero escuchar ese ruido que hace tu nariz cuando dejas de pasar aire.
Los dos cerraron sus ojos y llenaron sus pulmones de ese instante. Contuvieron la respiración veintisiete segundos. Exhalaron. Repitieron. Se tomaron de las manos. Susurraron. No se escucharon.

Se recostaron y dejaron correr las agujetas de sus zapatos. Vieron al cielo:

"Undostres por mi y por todos mis amigos,
un dos tres por mi y por los que a volar aprendimos" recordó.

-Quiero huir- le dijo sin mirarlo- de la vida, del mundo, de todo... de la tierra. Empezar de nuevo sin ser nuevo. Ya no me busques, ya no tengo ojos para ti. Hoy te abrí la puerta por cortesía, porque he sido amable contigo, siempre lo he sido cuando llegas sin avisar, pero hoy, ya no te amo. Me he enamorado de la vida, de ESTA vida, no de la que traes en tus valijas o en tus bolsas viejas. Ya no hay espacio para tantos utensilios, trastes y cachivaches, no para este viaje. Estoy perdiendo el interés en ti, en tus cuentos y remembranzas, y me he percatado que la mayoría de los reproches siempre han surgido, cuando llegas a casa y le quitas la correa a los prejuicios y dejas que anden correteando por todas las habitaciones y los jardines y las terrazas.

Guardó silencio un momento y continuó:

-Toma uno de tus sacos rotos, tu sombrero, tu rastrillo, tus lentes, tu mecedora y empaca tus cosas. No dejes nada, ni un mueble, ni un objeto, ni una nota, nada. Hazme una lista de aquellas cosas que consideres fueron importantes para nosotros en estos últimos años y guárdala en el pecho.
Vete de vacaciones, a marzo, al año pasado, al dos mil cuatro, a donde tú quieras. Regala tus cosas conforme vayas visitando, déjalas ahí, donde pertenecen. Ya no te traigas nada ni le robes pedazos a la gente, a los lugares de allá.

Hubo otro momento de silencio hasta que uno de ellos se levantó. Se sacudió el pasto del pantalón. Tomó sus lentes, su rastrillo, su mecedora, su radio vieja, sus sartenes, su cama y las metió en su maleta. Hizo un chiflido y ató sus correas a los prejuicios cuando llegaron ladrando hacia él. Recogió su sombrero y se lo puso sobre la cabeza. Se abotonó el saco roto.

-¡Pasado, espera!. Aquí está tu boleto de ida.

Tomó el boleto de su mano e hizo una mueca amable. Recogió sus demás valijas del pasto y se marchó en calcetines hasta que ya no se le vio entre los sauces del parque.






ACTO NÚMERO DOS:


Pasado regaló sus cosas
conforme iba viajando.
No quedó nada: muebles, mecedoras,
sartenes, libros, cuadernos, notas,
piedras, cigarrillos, estrellas,
artefactos, cachivaches, etcétera.
Y conforme iba viajando se dio cuenta
que se sentía más fresco, ligero
se le veía más risueño.
Llegó entonces a 1990
y se encontró que ya era
un chiquillo. ¿A qué había venido?
¡Ah! a jugar con unos niños.
¿A qué había venido?
Ah, ya no se acordaba,
qué importaba,
pensaba mientras
por la resbaladilla se aventaba.
¿A qué había venido?
¡Ah!, ¡los columpios! ¡qué divertidos!
¡Hace cuanto no volaba como pajarillo!
¿A qué había venido?
-¡Listos o no allá voy!-
y echó a correr detrás de sus amigos.





Se quedó recostada en los pastos media, una, dos horas después de que lo vio marchar. Se puso sus tenis, recogió los zapatos olvidados y ató sus agujetas entre ellos.
En el camino a casa los aventó a unos cables y quedaron colgando.
Cuando llegó todo estaba limpio, amplio, en orden. Había más silencio del normal. Se sentía bien.
Dio unos pasos y encontró una nota de él en el piso. Creyó que era la lista que le había pedido pero suspiró con paz cuando terminó de leerla. "Pajarillo", decía en el inicio.



Piedras

10:00 Unknown 0 Comments

Yo no sé que tiene la noche que siempre
termina apachurrandome el corazón...

¿Será que con el silencio se le acurruca
más la soledad a uno?
Y en este silencio se es capaz de recordar
el olor de la milpa de los corrales y de
los arboles de lima. El ruido de las
cigarras en la madrugada y el
zumbido de los mosquitos entre sueños.

Dicen que dormir en cama dura
cura las penas del mal de amores....
Ojalá esta piedra sepa consolarme el corazón.

Tres treinta

13:29 Unknown 0 Comments

Y en un minuto,
en un abrir y cerrar de ojos ya estaba del otro lado.

"¿Cómo sucedió?" Preguntó.

El animal salvaje había sido amaestrado.
Su corazón se encontraba atado:
No quería tener dueño
y sin quererlo, tenía.

La vida se había vuelto fácil
y absurda,
cálida,
demasiado amable  para el golpeado
ritmo al que estaba acostumbrado.
El corazón ya no corría,
se encontraba inmóvil, pasmado
en sosiego y por ello 
sentía que moría
a cada paso que nunca se daba
y a cada suspiro que se le negaba.

¿Es esto la verdadera vida?.

La vida a la que había estado buscando 
y de la que ahora huía
con ansias y desesperación,
ansias de andarse revolcando nuevamente entre los azares
y causalidades,
en el flirteo con la incertidumbre y desenfreno que desataba
el no pertencer ni al cielo ni al infierno
ni al hombre
ni a ella misma...
y ahora que todo estaba alcanzando su equilibrio,
sentía que se desmoronaba;
palpaba el fin de los tiempos en la esquina de cada hora
que transcurría
(frente a la computadora)
y no sabía si el tiempo se tragaba demasiado rápido los atardeceres
o la luz artificial se había devorado el sol
de sus ojos
y olvidó el sopor que provocaba en su piel,
arraigada a la exquisita fatiga
de andarse sin rumbo ni meta fija en los anhelos del mediodía.

Ahora
no,
ya no...
ya nada de esto sucedía con la frecuencia
y rebeldía acostumbrada...
sucumbía
con el pasar de los pestañeos frente a la pantalla
y la silla rozando la ropa,
único puente de contacto con su piel
y esta realidad que ahogaba y dolía;
la silla y la deuda de tiempo extendiendo la condena.
"Odio mi vida, esta vida
la detesto"
Dijo