La niña que quería ser estatua

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    No hace mucho tiempo, a Violeta se le cruzo un pensamiento, de esos que no dejan dormir, ni comer, ni hablar, ni pensar. Y es que, aun con sus siete años de edad, Violeta era una pequeña soñadora.

   De cabellos largos y de un negro profundo, como una cascada suave y sedosa que descansaba sobre sus hombros, y de piel como porcelana fina que hasta el mismo sol le avergonzaba calentar, la pequeña no hacia nada más, sino imaginar y fantasear.
De una familia acomodada, era el orgullo de sus padres:
-¡Oh sí!- exclamaban sus padres con tono modesto- Violeta a sido elegida como la reina del festival de primavera en la primaria.
   Y no es que por su situación económica, o sus lujos o soberbia presumieran a su retoño a bombo y platillo, era cierto: Violeta era realmente hermosa. Lo que más cautivaba de la niña, eran ese par de esmeraldas que tenia por ojos, adornados con unas pestañas bien definidas y curvas, y su sonrisa... ¡que mejillas tan rosadas! con el numero perfecto de pecas en cada cual. Su nariz respingada y labios como pétalos de rosas en rocío de verano. Simplemente era perfecta.
   Y fue ese mismo día que la nombraron "reina del festival de primavera" cuando esa idea le enveneno sus pensamientos.


  Era la salida del colegio, era tarde, y la pequeña se quedo a esperar a sus padres en tanto que la directora hablaba, para darles la noticia acerca de su bella hija, y Violeta, aun así con su rostro perfecto, y perfectos modales y perfecta educación, se desespero (como todo niño de siete años) y de un brinco, salió corriendo de la banca hacia la fuente que tenia a pocos pasos de ella.
Había estado observándola desde que le ordenaron que esperara sentada.
   La veía y observaba como pequeños pajaritos volaban hacia aquella fuente y con brinquitos se arrimaban para humedecer sus alas y beber un poco de agua. Otros más chapoteaban y hasta parecía que jugaban, y se divertían, y cantaban y Violeta los deseaba.
Y mientras mas miraba aquella fuente, sus esmeraldas brillaban con fulgor. Pero más que el hecho de ir a juguetear con los pajarillos, la niña admiraba a esa mujer, que estaba sobre la fuente.
Era realmente bonita.
-Ella debería ser la reina del festival de primavera- pensaba mientras varias mariposas, que reflejaban colores extraordinarios, revoloteaban alrededor de aquella estatua haciendo el momento más mágico, el cual, Violeta presencio, como un espectáculo solo para ella, y ni toda su obediencia y educación pudieron detenerla cuando corrió hacia aquella mujer.

-¡Quiero ser una estatua!- exclamo fascinada.-Entonces seré igual de bonita que ella, y miles de mariposas se posaran sobre mi, y los pajaritos cantaran a mis pies salpicándome y chapoteando en mi propia fuente. ¡Y un arco iris se formara de mi cántaro por donde arroje agua! ¡Y todos los animales se acercaran a beber de ella! Y en la noche... las hadas vendrán a contarme sus historias mientras los unicornios peinan mi cabello, ¡porque en la noche, volveré a ser niña!
Eso era: Violeta fantaseaba más que vivir en la realidad.


   Y así fue como durante los días siguientes la niña solo hacia una cosa: quedarse quieta. En la sala, en su habitación, en el baño, a mitad de la calle, en el salón de clases, en el patio de juego, o en su lugar favorito: la fuente; pero su intento solo quedaba en gritos y burlas por parte de los demás niños o sus padres y profesores:
"¡Violeta! ¡Hija! ¡Por favor! ¡Deja de hacer eso y ven comer!"
"¡Violeta! ¡No te detengas y sigue caminando! ¡Anda, hija!"
"¡Violeta esta tonta! ¡Violeta esta tonta! ¡hahahahaha!"

   Era imposible, cada vez que ella comenzaba a ser una estatua, siempre llegaba alguien que la hiciera moverse o dejar de concentrarse en estar quieta. Era realmente imposible.
Si de verdad quería ser una estatua, tenia que estar sola, en un lugar donde nadie la molestara, y como era de esperarse, la oportunidad perfecta llego.
Sus padres decidieron llevar de paseo a Violeta para festejar su próxima participación en el festival; pero no era sino una reunión de negocios disfrazada de una salida al bosque.
Y así fue como, terminando de comer, la pequeña dijo a sus padres:
-Mamá, papá... ¿puedo retirarme a jugar un poco?
Y estos respondieron sin prestar atención:
-Sí claro hija, ve.- y siguieron hablando con los invitados.

  La niña salió disparada corriendo. No sabía exactamente a donde iba, solo quería un lugar donde estar sola. Brincaba y corría y cantaba y reía a carcajadas mientras más se perdía entre los arboles, y hasta que sintió que era el lugar perfecto (al igual que ella) se detuvo y dijo:
-¿Cuál será la posición mas bonita?
Se paro sobre un pie, coloco su barbilla sobre su mano y sonrió... pero no duro mucho tiempo, porque, a pesar de su buen equilibrio, su pie y su brazo se cansaron y tras varios intentos de muchas mas poses fallidas, decidió sentarse en un tronco caído y pensó, que así seria mas fácil que los unicornios pudieran cepillar su cabello.


   Las horas pasaron y estaba obscureciendo. El viento ya soplaba y comenzaba a hacer frío. Las pocas ardillas que rondaban por ahí comenzaban a refugiarse entre las ramas y agujeros de los arboles, pero Violeta no, ella sería una estatua, la mas hermosa de todas, entonces, la perfecta educación y perfecta obediencia que le enseñaron sus padres hiso sus efectos, y esa idea comenzó a infectar, ya no solo su mente, sino su cuerpo, como un virus que se apodera de cada centímetro de la persona, y en este caso, de la pequeña.



   Las horas pasaron y Violeta dejo de sentir hambre, frío, calor, incluso dejo de sentirse a si misma, dejo de contar y perdió la noción del tiempo, de la realidad. Olvido la escuela, sus compañeros, sus padres, incluso el gran festival... incluso su propia voz.
Solo escuchaba: "Una estatua, quiero ser una estatua"
   Los días pasaron y Violeta dejo de ser ella, su cabello se opaco, su piel se transformo en papel y las rosadas mejillas desaparecieron a cambio de dos hoyos hundidos que se unían por dos pliegos de carne reseca y despellejada, pero sus verdes ojos aun brillaban fulgurosos, y en ellos los minutos veían los sueños y fantasías de la niña, vivas como un botón de flor esperando la primavera.
"Una estatua, quiero ser una estatua. La más bonita de todas"
   La semana paso y Violeta dejo de existir. Era cualquier cosa menos la hermosa Violeta.

   Sus fuerzas se desvanecieron, su coherencia, su realidad, su cuerpo ya no era sino papel pegado a los huesos, se podían ver huecos entre ellos, y su blanca piel paso a ser casi transparente. Su rostro enjutado, con los pómulos bien definidos, la barbilla, los hoyos en vez de mejillas, y las esmeraldas, aun brillosas, sumidas sobre hoyos como cuevas obscurecidas, y toda ella tiesa, bien fría como la mujer de aquella fuente.
"Una estatua, quiero ser una estatua. La más bonita de todas"
   

   Violeta aun podía tener conciencia de si, muy poca, pero tenia, porque sentía como que la vida se le iba. Su respirar ya era casi inaudible, casi estático, y sus latidos entrecortados, como si en cualquier momento todo se fuera a detener y fue entonces cuando sus ojos lo vieron, y se llenaron de vida de nuevo y recobraron su brillo: era un ave. Y no cualquier ave, era un cuervo.
  Violeta se alegro leve y tenuemente mientras miraba como el cuervo se desvanecía a medida que se acercaba a ella, y solo sintió cuando se poso sobre ella.

Por fin era una estatua.














   

   Dos guardabosques, buscaban por todos lados, junto con un perro, gritando el nombre de una niña, según esto, la más hermosa que nunca alguien pudiera imaginar jamás. Sus padres la reportaron como perdida ya hace ocho días.
   Los gritos de los guardabosques fueron interrumpidos por el aullido del sabueso que los acompañaban, y corriendo fueron hacia él.
Cuando se acercaron cientos de cuervos revolotearon asustados y más de miles de moscas zumbaban entre ellos. Entonces antes de acercarse a un tronco caído, un último cuervo alzo el vuelo dejando caer ante ellos una esmeralda que aun brillaba llena de vida.

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